El resultado de la
votación de 80.000 habitantes de Longmont (Colorado, EE.UU) realizada el
pasado 6 de noviembre ha despertado menos ecos que la reelección de
Barack Obama. Señala sin embargo el comienzo de una revuelta ciudadana
contra la explotación de gas de esquisto, que podría complicar la
estrategia energética del presidente que cuenta con las enormes reservas
de gas del país para alcanzar una de las promesas básicas de su
campaña: la independencia energética de los EE.UU. en 2030.
El
mismo día y al mismo tiempo que se elegía presidente, los electores de
esta ciudad residencial ubicada al pie de las montañas Rocosas también
estaban invitados a pronunciarse sobre una propuesta que prohibiría la
fracturación hidráulica (fracking) en el territorio de esa
comuna. Esta técnica, la única que hoy en día permite explotar el gas de
esquisto consiste en romper las rocas del subsuelo, inyectando a alta
presión agua mezclada con arena y otros productos químicos con el objeto
de extraer el gas. Tales perforaciones conllevan el riesgo de
contaminación de las napas freáticas y arrojan importantes cantidades de
gas metano a la atmósfera.
En Longmont los 500 millones
de dólares invertidos por las compañías gasíferas en una campaña de
correo electrónico y de publicidad destinada a convencer a la población
de la inocuidad de esa tecnología creadora de empleos y a derrotar al
referéndum en su propio origen no han sido suficientes: por un 59%
contra un 41% los habitantes aprobaron la prohibición.
Desconocimiento de los hechos
Esta
votación “ignora nuestra crucial necesidad de gas y sus derivados para
producir electricidad y responder a las necesidades del comercio y de
los transportes”, replicó la asociación de productores de gas de
Colorado, mientras siete antiguos alcaldes de la ciudad han fustigado
“las acusaciones sin fundamento sobre la salud y la seguridad de nuestra
comunidad” denunciando la “guerra al fracking” llevada a cabo
por los militantes con desconocimiento de los hechos. Los productores se
preparan para elevar su reclamo para impedir los derechos de
perforación que obtuvieron en la ciudad. Pretenden así reclamar al
municipio indemnizaciones para los propietarios de los terrenos
involucrados.
Pero no solo los industriales están
preparando la contraofensiva. El gobernador (demócrata) de Colorado,
John Hickenlooper, amenaza con demandar ante la justicia a la ciudad de
Longmont con el argumento de que solo el Estado tiene derecho a
reglamentar las perforaciones. Es necesario agregar que en su campaña
electoral de 2010, el antiguo geólogo de una compañía de perforaciones
recibió 76.441 dólares de una compañía gasífera, de acuerdo con la
declaración pública de contribuciones recibidas.
Del otro
lado los opositores al gas de esquisto festejan y se alegran por este
“levantamiento ciudadano”. Su movimiento comenzó en 2011, cuando hubo
que realizar una perforación próxima a un colegio y a un lago preferido
por los bañistas. El llamado de alerta surgió luego de conocerse un
estudio de la Universidad de Colorado según el cual los habitantes de un
radio de media milla (895 m.) de distancia de un lugar de fracturación
hidráulica están expuestos a los desechos tóxicos cinco veces más de lo
permitido por las normas. Se reunieron rápidamente 8.200 firmas para
solicitar que la decisión de la prohibición fuera sometida a votación.
Mancha de aceite
Se
trataba de proteger la familia, la casa y el jardín más que de una
causa planetaria. “Hemos demostrado que el dinero de los petroleros no
les permite ganar siempre y que nuestro derecho constitucional a la
salud, a la seguridad y a la protección no se vende”, se felicita
Michael Belmont, uno de los iniciadores de la campaña. Luego del 6 de
noviembre la protesta se ha expandido como una mancha de aceite a las
ciudades próximas donde los pozos han surgido como hongos hasta en medio
de las urbanizaciones y en las que camiones cisterna proveen de agua a
los pozos de fracking.
La revuelta de Longmont no
es el primer movimiento anti-gas de los EE.UU. desde que a partir de
Texas se han sembrado centenares de miles de pozos en Dakota del Norte,
Pennsylvania y Colorado. En su documental Gasland Josh Fox ha
filmado el agua que se enciende cuando sale de las espitas en Dimock
(Pennsylvania) donde se extrae gas de esquisto. En el Estado de Nueva
York, Ladi Gaga y Yoko Ono se han unido a la cruzada.
La
iniciativa discreta pero radical de los ciudadanos de Colorado, no
tomada en cuenta hasta ahora por los medios, podría alcanzar otras
dimensiones luego de los debates de la campaña presidencial. La
organización ecologista Sierra Club acaba de iniciar una campaña
destinada a ejercer presión sobre la administración de Obama en favor de
una reglamentación más estricta del sector, considerado “sucio,
peligroso e incontrolable”.
El próximo ataque podría proceder de Promised Land, un film anti fracking.
Matt Damon se refiere a un representante de una compañía gasífera
encargada de obtener los derechos de perforación de pequeños campesinos
golpeados por la crisis. Aún antes de concluido el film ya ha comenzado
la polémica: los partidarios del gas de esquisto argumentan que el film
ha sido cofinanciado por una sociedad sustentada por los Emiratos Árabes
con el objeto de perpetuar la dependencia de los EE.UU, del petróleo
extranjero.
Traducido para Rebelión por Susana Merino
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