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jueves, 4 de abril de 2013

FRACKING: CONTRA LA DESCONFIANZA, TRANSPARENCIA



José Luis Simón Gómez
Catedrático del Dpto. de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Zaragoza.


La Dirección General de Energía y Minas del Gobierno de Aragón tiene que decidir próximamente si otorga o no a la empresa Montero Energy Corporation, S.L. el permiso de investigación de hidrocarburos denominado ‘Platón’, cuyo ámbito geográfico afecta a diez municipios de las comarcas del Maestrazgo y Gúdar-Javalambre. La papeleta es delicada, ya que muchos pueblos, colectivos, asociaciones, miembros de la comunidad científica y ciudadanos a título individual han presentado más de 900 alegaciones a la concesión de dicho permiso, lo que a todas luces representa una oposición social más que notable en proporción a la demografía del área. Ante dicha oposición, la empresa se esfuerza en persuadirnos de las bondades del proyecto y de la falsedad de los argumentos de quienes se oponen a él. Creo que el debate es profundamente asimétrico y se encuentra viciado desde su origen. Quienes están en contra de la concesión del permiso de investigación han de argumentar sin tener apenas información del proyecto. El único anuncio oficial al respecto sólo informaba de que la empresa había solicitado un Permiso de Investigación de Hidrocarburos y de cuál era el área afectada. Sin embargo, la población desconoce, por ejemplo, qué formaciones geológicas concretas son objetivo de las prospecciones, con el consiguiente riesgo de error en el diagnóstico de los peligros reales que acarrearían. La empresa Montero Energy sí conoce, lógicamente, esos detalles. También debe de conocerlos la Administración, puesto que constarán en la documentación que la empresa hubo de depositar en su día acompañando a su solicitud de Permiso de Investigación. Por todo ello, es posible que se hayan vertido críticas desenfocadas por parte de algunas personas o colectivos, hecho que sería imputable exclusivamente a la falta de datos. Sin embargo, resulta injusto y poco elegante que quienes sí disponen de ellos reprochen ese desconocimiento y descalifiquen las críticas tildando de ‘barbaridades’ o de ‘mitos’ los argumentos en los que se basan (Heraldo de Aragón, 25-11-2012).
Montero Energy Corporation S.L., filial de la multinacional canadiense R2 Energy, no ha ocultado su propósito de explotar el llamado gas de pizarra mediante la técnica de fracturación hidráulica o fracking. Así lo explicó el alto directivo C. Steinke en la reunión mantenida en octubre de 2012 en la Diputación Provincial de Castellón, a la que asistieron alcaldes y portavoces municipales de los ayuntamientos del norte de la provincia afectados por los proyectos ‘Aristóteles’, ‘Arquímedes’ y ‘Pitágoras’, similares por sus características geológicas al proyecto ‘Platón’. El Sr. Steinke explicó en detalle la técnica del fracking, exhibiendo como activo empresarial su alianza con Halliburton, empresa estadounidense que posee la tecnología más avanzada para operar la fracturación hidráulica. En el caso de la región geológica del Maestrazgo, tanto en la parte castellonense como turolense, parece que su interés se centraría en rocas almacén de tipo calcáreo y de origen marino pertenecientes al periodo Jurásico. Así lo publicó el diario Levante – El Mercantil Valenciano (6-10-2012) citando fuentes de la propia compañía, y es coherente con los resultados de las investigaciones sobre hidrocarburos llevadas a cabo en la región en las décadas de 1970 y 1980.
El fracking es una técnica muy agresiva de explotación gas de pizarra. Consiste en la creación de fracturas nuevas, así como el ensanchamiento y propagación de fracturas naturales ya existentes en la roca, mediante la inyección de agua mezclada con arena y aditivos químicos a muy alta presión (hasta 700 atmósferas). Esta fracturación inducida genera una permeabilidad artificial que permite extraer de forma rentable gas atrapado en formaciones inicialmente impermeables.
El elevado impacto medioambiental del fracking ha sido puesto de manifiesto por recientes informes elaborados o encargados por instituciones de la UE, como el Parlamento Europeo y la Comisión Europea, o prestigiosos centros de investigación como el Tyndall Centre, organismo británico interuniversitario para la investigación del cambio climático. Incluso órganos de la administración norteamericana, como la US Government Accountability Office, han elaborado estudios de los que se derivan resultados críticos similares. En estos informes se destacan los siguientes impactos negativos potenciales:
(a) Consumo de recursos: Por un lado, una elevada ocupación de suelo, debido a la superficie necesaria para el emplazamiento de las plataformas de explotación y para los numerosos caminos de acceso que son necesarios. Por otro, un gran consumo de agua, que habría de ser detraída de los recursos subterráneos locales o traída en camiones-cisterna (con el consiguiente tráfico de vehículos pesados, que se añadiría al ocasionado por el transporte del resto de componentes y productos necesarios para las operaciones).
(b) Peligro de contaminación: Por un lado, contaminación directa por aditivos químicos del agua de inyección (algunos de los informes mencionados alertan sobre el carácter nocivo de algunos de los que la industria ha venido utilizando); en determinadas condiciones que se discuten más abajo, el agua de inyección no recuperada que queda en el subsuelo (hasta un 80%) podría producir la contaminación directa del agua subterránea, y de ahí la de manantiales, aguas superficiales, abastecimientos urbanos y agropecuarios. Parte del agua recuperada puede ser fuente de contaminación del suelo por accidentes o averías en las conducciones, balsas de almacenamiento o camiones-cisterna. Algunos compuestos volátiles nocivos para la salud humana podrían producir asimismo contaminación del aire. Por otro lado, podría darse contaminación por metales pesados, sustancias tóxicas (arsénico), materiales radiactivos o aguas de salinidad muy elevada que existen en capas profundas, y que el fluido inyectado a presión puede movilizar hacia niveles superficiales. Finalmente, podrían producirse escapes incontrolados del propio gas que se explota (por la red de fisuras inducidas por fracking, por fracturas naturales, roturas o en las entubaciones, o juntas deficientemente selladas entre la entubación y la roca). En Estados Unidos existen casos documentados de tales fugas, que han llegado a causar contaminación del agua de abastecimiento y explosiones en edificios residenciales.
No es difícil imaginar las consecuencias que toda esta serie de impactos negativos podría tener en Maestrazgo. La topografía agreste haría dificultosos los accesos y las operaciones en los pozos de extracción, multiplicando el impacto de los movimientos de tierras y la ocupación de suelo. El deterioro del territorio y del paisaje serían, por todo ello, muy acusados. Una eventual explotación de hidrocarburos mediante fracking supondría un cambio drástico de usos del territorio, siendo muy difícil compatibilizarla con el desarrollo de la ganadería y agricultura tradicionales, así como con iniciativas actuales basadas en el turismo rural y en la industria artesanal de transformación de productos autóctonos.
Y todo ello, además, con unas contraprestaciones económicas más que dudosas. La experiencia de Estados Unidos nos enseña que, más allá del aumento exponencial de la producción total de gas de pizarra, la evolución real de cada área de explotación y de cada pozo concreto debe ser analizada con detenimiento. En pocos años la producción alcanza el pico y decrece, tal como se advierte ya en la formación de Barnett Shale: informes de la U.S. Energy Information Administration (EIA) sugieren que ese pico se está alcanzando sólo 15 años después de iniciarse su explotación industrial. Así, las previsiones futuras de continuo crecimiento de la producción de gas de pizarra requerirá la explotación de nuevos yacimientos que, a su vez, serán abandonados pasados unos pocos años. En este contexto, cabe preguntarse cuánto tiempo llegaría a perdurar el supuesto desarrollo económico en un área en que el volumen de recursos es seguramente mucho menor que en Norteamérica. Se trataría, en definitiva, de una perversa herencia que hipotecaría por completo el futuro de estas comarcas sin abrir expectativas de desarrollo alternativo a largo plazo.
Un aspecto de especial relevancia, en el que se juega buena parte de la confianza o desconfianza que el proyecto pueda suscitar en la población, es el impacto de la fracturación hidráulica en los acuíferos de la zona. Es usual que en los modelos geológicos simplificados con los que se divulga la técnica del fracking se considere sólo la existencia de un acuífero somero (accesible a pozos de abastecimiento de unas decenas o pocos cientos de metros de profundidad). Este acuífero se halla siempre a distancias de orden kilométrico de las formaciones geológicas en que se explota gas. Los defensores del fracking insisten de forma sistemática en este concepto, aduciendo que blindar e impermeabilizar adecuadamente el tramo superior del pozo vertical garantiza la protección del acuífero. Las recopilaciones de pozos perforados en las formaciones Barnett Shale (Texas) y Marcellus Shale (Pensilvania-Nueva York) indican que esa ‘distancia de seguridad’ se sitúa entre 2500 m y un mínimo de 1000 m.
Hay dudas muy serias de que esto pueda cumplirse igualmente en la región geológica del Maestrazgo. El acuífero regional del Maestrazgo ocupa un enorme volumen, que se extiende arealmente por una gran parte de ese dominio geológico y conecta hidráulicamente hacia el este con las llanuras costeras de Vinaroz-Peñíscola y Torreblanca-Oropesa y con el propio mar Mediterráneo. Queda limitado en su base por los niveles impermeables del Triásico superior, y alcanza en la vertical hasta un nivel potencial (superficie piezométrica) a cotas comprendidas entre 500-600 m (área al oeste de Villafranca del Cid) y 0 m (área de conexión con las planas litorales y con el mar). El acuífero tiene su almacén principal en las formaciones calcáreas del Jurásico (particularmente del Jurásico inferior), y se extiende hacia arriba ocupando otras formaciones del Jurásico medio-superior, Cretácico y Terciario. Las escasas formaciones semipermeables que lo compartimentan no impiden que, en su conjunto, forme un volumen rocoso totalmente conectado desde el punto de vista hidráulico.
Si, como hemos apuntado, las formaciones en las está interesada la compañía Montero Energy se situasen en el Jurásico, éstas se intercalarían estrechamente con las que componen el gran acuífero regional del Maestrazgo, pudiendo llegar a estar contiguas. En tal hipótesis, algunas afirmaciones del jefe de exploración de Montero Energy, Rafael López, publicadas en el Heraldo de Aragón de 16-12-2012, son difícilmente comprensibles. El Sr. López habla de distancias verticales de entre 500 y 1000 metros entre formaciones explotables y acuíferos, y de una formación 'sello' con 400 m de espesor que garantizaría el aislamiento entre ambos. Por otros canales (no públicos, hasta donde yo sé), la compañía ha sugerido que, en realidad, las capas que trataría de explotar están más profundas, en el Triásico medio o más abajo. En ese caso sí existiría una barrera impermeable con el acuífero jurásico, constituida por las arcillas y margas yesíferas del Triásico superior, con un espesor que rondaría en la zona los 250-300 m según muestran los antiguos sondeos de exploración de petróleo (sondeos Mirambel, Maestrazgo 2 y Bobalar 1 y 2). Todos éstos son datos extraordinariamente importantes, puesto que de ellos dependerá la probabilidad real de que el acuífero sea vulnerable a la contaminación producida por la inyección de fluidos durante las operaciones de fracking.
Otra cuestión, estrechamente vinculada a la anterior, es la distancia a la cual puede propagarse las fisuras inducidas artificialmente, rebasando los límites superior e inferior de la formación fracturada y adentrándose en rocas contiguas a las cuales podrían así migrar los fluidos contaminantes. El representante de Montero Energy afirma que esa distancia no superaría los 40 m (Heraldo de Aragón, 6-1-2013), por lo que el ‘sello’ impermeable garantizaría la seguridad del acuífero del Maestrazgo. Esto no es exactamente lo que se ha observado mediante auscultación detallada del subsuelo durante los procesos de fracking. En un reciente estudio en los principales yacimientos estadounidenses, publicado por Davies y colaboradores en la prestigiosa revista científica Marine and Petroleum Geology, se muestra que entre aproximadamente un 15% y un 60% de las fracturas inducidas se propagan más de 100 m por encima del techo de la formación explotada, y que un 1% lo hace hasta más de 350 m, superado en casos aislados los 600 m. Algunos investigadores, como el profesor Ingraffea, de la Universidad de Cornell, advierten que estos valores deben ser considerados como mínimos, puesto que han sido obtenidos por auscultación durante episodios simples de fracturación hidráulica. Si se consideran los episodios repetidos a que estará sometido cada pozo de explotación a lo largo de su vida útil, las distancias de propagación y las probabilidades de conexión entre las capas con gas y los acuíferos aumentan.
A todo ello hay que añadir la conexión hidráulica natural que ya existe en todo el acuífero del Maestrazgo a través de la densa y compleja red de fallas y fisuras que corta toda la serie jurásica. El mismo estudio citado de Davies y colaboradores muestra que, en yacimientos de hidrocarburos conocidos con gran detalle, el porcentaje de fracturas naturales que se extienden más de 350 m en la vertical alcanza el 33%. En definitiva, es muy difícil ejercer un control efectivo sobre el alcance de la fracturación, inducida o natural, por lo que las probabilidades de conectividad hidráulica entre la red de fisuras provocadas por fracking y las formaciones que albergan el agua subterránea, en casos como el Maestrazgo, pueden llegar a ser muy elevadas.
A pesar de los peligros expuestos, casi todos los artículos e informes coinciden en señalar que no existe ningún caso demostrado de contaminación de los acuíferos por los componentes químicos del fluido de inyección. Es probable que este balance positivo tenga que ver con las distancias de orden kilométrico que parecen existir en los yacimientos estadounidenses entre pizarras con gas y captaciones de agua subterránea. La única excepción es un incidente ocurrido en noviembre de 2011 en Pavillon (Wyoming), del que da cuenta un reciente informe elaborado por el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas de nuestro país citando fuentes de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), y en el que la contaminación del acuífero fue evidente. Puede resultar esclarecedor el dato de que, precisamente en este caso, aquella distancia de seguridad no se cumplía en absoluto, puesto que la formación sometida a fracking estaba sólo 130 m más profunda que el acuífero que resultó contaminado.
A modo de conclusión, hay múltiples interrogantes que persisten en el plano técnico, además de otras razones de índole personal o social, que van a seguir alimentando la desconfianza entre la población afectada por los proyectos de exploración de gas de pizarra. Quizá una política de transparencia plena por parte de las empresas interesadas y de las administraciones públicas contribuiría a disiparla. Si el procedimiento de información pública y libre concurrencia de las empresas para otorgar el permiso de investigación ‘Platón’ no permitía en su momento que la documentación presentada por Montero Energy se diese a conocer, quizá ahora ya no hay razón para mantenerla en secreto. Hágase público el plan de investigación de la empresa recogido en dicha documentación, especialmente lo relativo a las formaciones geológicas concretas que se piensa prospectar y a las técnicas que se van a emplear. A partir de ahí, permítase el debate transparente con los representantes
políticos, científicos independientes, colectivos sociales y ciudadanos. Ésa sería quizá la mejor forma de crear confianza.

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