EL subsuelo de Catalunya, al igual que el de grandes zonas del resto de la península ibérica y de toda Europa, puede contener elevadas reservas de gas natural. Tanto es así que la Agencia Internacional de la Energía considera que puede ser la solución a la dependencia energética del continente. No se trata de reservas convencionales de gas natural sino de las que se encuentran aprisionadas, por así decirlo, dentro de las grandes extensiones de rocas de pizarra que se hallan a gran profundidad.
La existencia de esa posible riqueza energética ya se conocía desde hacía tiempo. Hasta ahora, sin embargo, no se disponía de la tecnología adecuada para liberar las ingentes cantidades de gas natural del subsuelo a precios competitivos. La técnica que se utiliza para ello se conoce con el nombre de fracking, o fracturación hidráulica, que consiste en inyectar agua y ciertos productos químicos a elevadas presiones en las rocas, a profundidades de hasta 8.000 metros, para provocar pequeñas vibraciones sísmicas que puedan romperlas y de esta manera liberar y hacer aflorar a la superficie el gas almacenado en las fisuras de los estratos de pizarra.
La utilización masiva de la citada técnica ha permitido a Estados Unidos triplicar su producción de gas natural en los últimos diez años y convertirse en el primer productor mundial, por delante incluso de Rusia.
Como todo proceso tecnológico de extracción y producción de energía, el fracking no está exento de riesgos, el principal de los cuales puede ser en algunos casos la destrucción y contaminación de las reservas naturales de agua del subsuelo, los acuíferos. Este hecho convierte el sistema en polémico y ha generado movimientos de oposición a su implantación. Esto sucede ahora también en Catalunya, ante los planes de prospección que proyectan llevar a cabo varias compañías geológicas en numerosas comarcas, principalmente las de la franja prepirenaica.
La actitud más razonable ante la posibilidad de que Catalunya pueda tener una gran riqueza de gas natural en su subsuelo es investigar si realmente existe y, si así fuera, como se sospecha, analizar, estudiar, debatir y regular, en su caso, la mejor forma de beneficiarse de ella con los menores riesgos para el medio ambiente.
Carecería del mínimo sentido común que Catalunya, que fue pionera en la utilización de la energía nuclear y del gas natural en España, dos fuentes de energía también polémicas en su día pero que han proporcionado elevadas cotas de progreso y de bienestar a los ciudadanos, cerrase las puertas a las nuevas posibilidades energéticas que se le presentan.
La existencia de esa posible riqueza energética ya se conocía desde hacía tiempo. Hasta ahora, sin embargo, no se disponía de la tecnología adecuada para liberar las ingentes cantidades de gas natural del subsuelo a precios competitivos. La técnica que se utiliza para ello se conoce con el nombre de fracking, o fracturación hidráulica, que consiste en inyectar agua y ciertos productos químicos a elevadas presiones en las rocas, a profundidades de hasta 8.000 metros, para provocar pequeñas vibraciones sísmicas que puedan romperlas y de esta manera liberar y hacer aflorar a la superficie el gas almacenado en las fisuras de los estratos de pizarra.
La utilización masiva de la citada técnica ha permitido a Estados Unidos triplicar su producción de gas natural en los últimos diez años y convertirse en el primer productor mundial, por delante incluso de Rusia.
Como todo proceso tecnológico de extracción y producción de energía, el fracking no está exento de riesgos, el principal de los cuales puede ser en algunos casos la destrucción y contaminación de las reservas naturales de agua del subsuelo, los acuíferos. Este hecho convierte el sistema en polémico y ha generado movimientos de oposición a su implantación. Esto sucede ahora también en Catalunya, ante los planes de prospección que proyectan llevar a cabo varias compañías geológicas en numerosas comarcas, principalmente las de la franja prepirenaica.
La actitud más razonable ante la posibilidad de que Catalunya pueda tener una gran riqueza de gas natural en su subsuelo es investigar si realmente existe y, si así fuera, como se sospecha, analizar, estudiar, debatir y regular, en su caso, la mejor forma de beneficiarse de ella con los menores riesgos para el medio ambiente.
Carecería del mínimo sentido común que Catalunya, que fue pionera en la utilización de la energía nuclear y del gas natural en España, dos fuentes de energía también polémicas en su día pero que han proporcionado elevadas cotas de progreso y de bienestar a los ciudadanos, cerrase las puertas a las nuevas posibilidades energéticas que se le presentan.
Publicado en La Vanguardia
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